¡Esa niña es insoportable! ¡Es un trozo de pepino!
No entiendo por qué me persigue, como si no existiera nada más en su vida. Me
dan ganas de dejarla con la palabra en la boca para que sepa que la detesto.
Mamá dice que debo ser educado. Por eso, entro al salón de clases, fingiendo que
no la oigo, feliz por alejarme ella. Hoy debería sentirme muy bien porque no vino...
No sé, creo que me está pasando algo muy raro.
Parece que le gusto mucho porque soy diferente a
los demás. A mis amigos les encantan las zalamerías. A mí no. Las niñas son
unas chinches, además de aburridas. ¿Eso es motivo para que me comporte como un
salvaje? Tengo mejores cosas qué hacer que rendirme a sus intentos de ser mi
amiga. Prefiero pasar el tiempo con mis compañeros, gastar las energías jugando
con ellos.
Me gusta que las cosas se hagan cuando quiero y como
quiero. ¡Me encanta ser independiente! Lo que me hace algo caprichoso, egoísta
y hasta medio bravucón, aunque Mamá sigue tratándome como un bebé y me prohíbe salir
solo a la calle. ¿Acaso pretende que me quede contemplando las nubes por la
ventana?
Con Papá es distinto:
—Nuestro hijo está creciendo y debe aprender a
defenderse.
En el salón de clases, acostumbro a buscar mi sitio
cerca de los ventanales. Desde el suyo, la niña no deja de mirarme. Le respondo
con una mirada de rabia que sólo le causa gracia. En vez de molestarse,
comienza a lanzarme papelitos, mientras ríe como boba. La maestra se da cuenta
y le ordena que ponga más interés en la clase. Conmigo es todo lo contrario, me
habla con ternura:
—Tranquilo, ya no te molestará.
La maestra entiende que no es mi culpa. ¿Será que
también le gusto a ella? ¡Soy tan irresistible!
Cuando suena el timbre y todos se preparan para
salir corriendo a sus casas, yo salgo de primero. No resisto las aglomeraciones
en movimiento. Corro por los pasillos, bajo los escalones y atravieso el
portón. Por lo general, mis amigos me están esperando. Con ellos, el mundo se
transforma en una caja llena de aventuras.
¿Saben? Cuando alguien está de malas…, está de
malas ¡Pobre de mí! Hace pocos días, después de haber vagado toda la tarde, decidimos
disfrutar de la tranquilidad del parque. Sólo se oían el gorjeo de las palomas
y el susurro de los árboles. Estábamos descansando sobre la grama cuando, de
pronto… Yo no lo podía creer. Frente a nosotros apareció la niña de mi escuela que
se acercaba con sus compañeras de clases.
—Ni aquí puedes escapar de ella —dijo uno de mis
amigos.
Sentí un desagrado en la barriga. Quise achicharrarla
con la mirada; un trozo de hielo podía ser más cálido que yo. Ella ni se enteró
de mi indiferencia. Se acercó con su sonrisa tonta. Mis amigos empezaron a burlarse
y yo no lo pude aguantar. Como una bala, escapé sin mirar a los lados. Un ciclista
venía a toda velocidad. ¡Pum!
Entre gritos y en cámara lenta, salté por los aires.
¡Ay, el porrazo que me di contra el poste! Perdí el sentido, sólo por un
momento. Eso es lo bueno de ser un tipo atlético como yo. Abrí los ojos y todos
suspiraron de alivio.
—Deja que te revise, a ver si estás herido...
No la dejé que me tocara. Mis amigos y yo
abandonamos el parque.
—¿Viste lo que puede suceder por andar de antipático?
—comentó mamá, cuando le conté.
Como sea, la niña es la culpable de mis
magulladuras. Apenas llega a la escuela, me escondo. Ayer, a la hora del
recreo, se sentó a mi lado. Abrió su lonchera y me preguntó:
—¿Quieres que comparta la merienda contigo?
En vez de su sándwich de jamón, me ofreció un gajo
de naranja. ¡Guácala, ni que me estuviera muriendo de hambre! Me aparté de
ella, como siempre.
Bueno, como ya lo dije, ella hoy no vino a clases.
Me pareció muy raro. Tal vez estaba en otra parte de la escuela. Recorrí los
pasillos para estar seguro de eso. Tampoco estaba en el patio. Sin ella
acosándome, disfruté del sol como nunca. Después del recreo, volví a revisar la
escuela…, por si acaso.
Ahora, todo
el mundo se ha marchado y yo me quedé solito, igual que todos los días... Hoy siento
que es diferente. Algo raro me sucede. La escuela jamás se sintió tan vacía. Y
para mi sorpresa, ¡extraño a esa niña!
No es que esté preocupadito. Hoy no vino, pero,
mañana lo hará. Sé que ella no puede vivir sin mí. La esperaré a la entrada,
aunque no le diga que es la más dulce de todas las niñas del mundo. Dejaré que
me lleve a su casa. Al fin y al cabo, debajo de mi mal genio existe un ser
tierno y amistoso. No serán necesarias las palabras. Sabrá que estoy dispuesto
a compartir mis siete vidas con ella, cuando suba a su regazo y le ronronee.
Olga Cortez Barbera
Imagen Libre de derechos: 123RF
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